martes, 23 de abril de 2013

EL DESPERTAR


Le gustaba escuchar a Rostropovich mientras leía. En realidad, disfrutaba con cualquier pieza de los clásicos que el viejo maestro interpretaba con su inseparable cello del que hacía brotar delicadamente aquellas notas, aquella música que embriagaba su alma y alimentaba su espíritu.

Ella tenía un interior de cristal. Transparente, delicado y frágil, tallado en algunas de sus partes
con las incisiones maestras que tan solo la vida es capaz de hacer. A través de su ser y de su carne, blanca y suave, resplandecía el tesoro interior porque tal era el brillo que emitía que incluso los ojos menos afortunados y más ciegos eran incapaces de obviar aquella realidad que yo tuve ocasión de ver.

Hubo un tiempo que creyó ser invisible, un tiempo en el que la oscuridad de su alrededor le hizo incluso dudar de todo lo maravilloso que encerraba dentro de sí. ¿Dudar? Sí, dudar. Aunque en realidad sentía y sabía que era maravillosa. Y por ello, lo decía.

Un día despertó y sintió la desazón que siente un marinero cuando su barca, varada en la arena, le impide echarse a la mar. El fino cristal parecía quebrarse entre notas de amargura y recuerdos y miedos y soledades empañadas por aquellos rayos de sol compartidos en la aurora de la noche.

Apretó los dientes y con los cabellos de trigo salpicados por la flor del azahar de una nueva primavera, empujó su barca, mar adentro, sentada al timón de su destino que se forjaba entre páginas de libros y notas de un cello que, tocado por las viejas manos de Rostropovich, hacía vibrar aquel maravilloso y translúcido cristal mientras las olas la mecían y yo la miraba.

FIN