sábado, 17 de septiembre de 2016

LO QUE LA RAZÓN ENTIENDE, EL CORAZÓN NO COMPRENDE

A comienzo de los años 90, siendo apenas recién nacido adolescente, sentí esa punzada la primera vez.


Fue casi por esta misma fecha cuando mi hermano Antonio, el número 1, abandonaba nuestra casa familiar para emprender un nuevo camino que tenía obligado paso por la Universidad de Granada y estudiar una carrera.

No olvidaré la tarde de aquel domingo en la que, tras la comida en casa, llegó el momento de la despedida. Pese a la cercanía, no pudieron ocultarse los sentimientos que afloraron en forma de lágrimas sobre las mejillas y abrazos de amor y cariño.


Aquel adolescente, resignado, tuvo que acostumbrarse a la ausencia de su hermano mayor con quien había compartido cama de niño, cariño de hermanos y casi una divina veneración encerrada en mi todavía cándida mirada.
Cuando la escena se repitió un tiempo más tarde con mi hermano Manolo, el número 2, aquella sensación no fue la misma, supongo que por la experiencia que ya teníamos todos.


Las citas y encuentros se reducían a Navidad, Semana Santa, algunas semanas en verano y algún fin de semana en que mis hermanos venían o puntuales domingos en los que mi padre cogía el forillo y se iba a verlos con mi madre.


Hoy he vuelto a sentir algo muy parecido a lo que sintió el adolescente aquella primera vez al ver a Marián partir a Málaga, con Ania y Paula, en un coche con maletas cargadas de ropa, esperanza e ilusión y sentimientos de tristeza que han vuelto recorrer las mejillas exprimiendo los corazones.

Buen viaje y buena suerte Antonio, Marián, Ania y Paula. Nos vemos pronto.

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